Gracias por la invitación, gracias por la organización. La verdad que muy importante. Estoy acompañado por el ministro de Producción de la Provincia de Buenos Aires, Augusto Costa.
Quería compartir algunas reflexiones en orden al título que tiene la ponencia, pero voy a incorporar algunas de las cuestiones que escuché recién sobre las que quería aportar también —son las ventajas de cerrar un panel, así que lo agradezco—.
Primera cuestión, tomo lo que comentaba Enrique [Enrique Iglesias, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo]. Enrique es un hombre con el que nos conocemos hace tiempo en persona, pero mucho antes a través de su obra, de sus escritos, de sus intervenciones públicas, de su mirada, de su perspectiva. Y me permite —lo que decía Enrique— reflexionar también sobre la evolución histórica, el desarrollo histórico de esta cuestión y de las diferentes perspectivas que lo encuadran.
Empiezo por una nota personal. Yo empecé a estudiar Economía a mediados de la década del 90 en la Universidad de Buenos Aires, donde hice mi licenciatura y mi doctorado. Lo que nos llamaba la atención en aquel momento era que había habido a lo largo de la década —sobre todo al comienzo, pero que venía de la década de los 80 también— un cambio curricular, un cambio en las materias de los programas de estudio, donde se habían quitado algunas materias, algunas asignaturas que históricamente eran centrales, medulares en la formación de los economistas.
Entre ellas tengo varias que mencionar, pero voy a mencionar una: Planificación Económica. Es decir, me recibí de economista en los 90 con un programa estándar que era, prácticamente, de alcance mundial e internacional, donde se había quitado, se había cercenado la formación en Planificación Económica. Esto para mí siempre fue un hecho relevante,porque, como bien decía Enrique, la historia de la segunda posguerra, sobre todo para los economistas con participación en el Estado y en políticas públicas, estaba vinculada a la planificación. La planificación era, probablemente, el eje central y ordenador de los enfoques de la política pública para todos los Estados.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción, el Plan Marshall. Pero —[aclaro] para los desatentos o los muy, por el contrario, embebidos en las polémicas locales— esto no era una cuestión del bloque soviético o del bloque comunista o socialista, [sino que] era propio de todos los gobiernos, particularmente de los gobiernos capitalistas: planificar el desarrollo, conocer la teoría de la planificación y dar las discusiones en torno a la planificación. Bueno, eso se acabó. Los economistas a partir de cierto momento, no estaban preparados —no estábamos preparados— para discutir, debatir, pensar, reflexionar o participar de programas de desarrollo planificados de los Estados.
En la Argentina —sigo con experiencias personales pero solo para marcar el punto— me tocó ser ministro de Economía. Viceministro de Economía primero, a partir del año 2011, y luego ministro a partir del año 2013. Como viceministro, mi secretaría —es decir, mi repartición del Estado— se llamaba Secretaría de Política Económica y particularmente se ocupaba de la estimación, de la proyección de las variables macroeconómicas del país. Tenía un área de análisis de perspectiva, vinculada al estudio de la macroeconomía y sus proyecciones. Pero esa Secretaría, que era el Viceministerio, había tenido históricamente otro nombre que era vinculado con lo que dije antes: Secretaría de Planificación Económica.
Le cambiaron el nombre, no solo cambiaron el programa, no solo retiraron los contenidos y las materias, sino que [también] le cambiaron el nombre y, ya en la época que empecé a participar del Ministerio de Economía, no existía una oficina, una dependencia vinculada a la planificación del desarrollo. La Argentina, como país, tuvo planes de desarrollo. Históricamente uno recuerda los planes quinquenales del peronismo, inspirados en otras tradiciones de planificación, pero esa planificación no terminó en el 55, cuando la derecha derrocó al gobierno de Perón, sino que continuó. Si no me equivoco, el último plan de desarrollo que tuvo la Argentina fue en el año 83 u 84, y luego no tuvo nunca más un plan de desarrollo.
Estamos aquí reunidos en un foro sobre desarrollo local, pero quería empezar por acá para comentar un poco las mutaciones, la evolución o la declinación del pensamiento vinculado al desarrollo. Los países, los Estados, dejaron de tener las capacidades siquiera para pensar, para reflexionar y, ni hablar, para elaborar, y menos todavía para aplicar, políticas de desarrollo planificado. Es decir, los países dejaron de planificar su desarrollo. ¿Qué quiere decir esto a nivel del Gobierno nacional? Que hubo un clima de época o, me permito decir, el resultado de un conjunto de fuerzas y de correlaciones de fuerzas que lo privaron al Estado, a los Estados nacionales, no digo de la ejecución de los planes, sino siquiera del tratamiento y la discusión de una perspectiva acerca de cómo contribuir desde el Estado nacional al desarrollo de un país. ¿Qué es lo que ocurrió después de haberle quitado la planificación como materia, como incumbencia, como responsabilidad al Estado nacional?
Luego, junto con otras tantas políticas —me animo a decir porque en mi país cuando en los 90 se aplicaron las políticas neoliberales, hubo privatizaciones como uno de los programas o una de las líneas, de los platos del menú, las privatizaciones que le quitaron al Estado determinadas herramientas de intervención— hubo también, además de privatizaciones, descentralizaciones. O sea, quitarle a los Estados nacionales, al Estado nacional argentino, determinadas responsabilidades e incumbencias y descentralizarlas en los gobierno locales, primero provinciales, luego municipales. ¿A qué me estoy refiriendo? Salud, educación, seguridad.
Es decir, dejó de planificar el Estado nacional, pero dejó también de ser el órgano rector, y todavía más, por supuesto, ejecutor de las políticas vinculadas a todas las áreas de bienestar, de lo que era históricamente el Estado de bienestar, pero que claramente, al descentralizarse y convertirse en incumbencias locales, perdieron potencia, perdieron integración, perdieron unicidad y perdieron coordinación entre cada una de estas políticas. Es decir, que la descentralización fue una forma de restarle potencia a los Estados nacionales y de restarle potencia a las políticas nacionales. Y creo yo que, como resultado, tuvieron una desarticulación y una fragmentación de estas políticas que terminaron —por un camino o por otro— en un proceso de desentenderse de las viejas responsabilidades de un Estado nación en todos los países de la región, y más allá también.
¿Puede una provincia, puede un municipio abordar una política de desarrollo con la suficiente potencia, con la suficiente capacidad como para llevar adelante planes relevantes con transformaciones profundas? Evidentemente, no vengo a saldar esa discusión entre lo global, lo nacional y lo local, pero creo que, en una reunión como esta, podemos coincidir en que las capacidades de los gobiernos locales —sus alcances, su potencia— resultan limitadas para abordar problemáticas de la dimensión de las que se hablaron en el panel. Por lo menos limitadas, no quiere decir que no puedan actuar como contratendencias, no quiere decir que no puedan tener éxitos tremendamente inmensos dada la escala, pero, evidentemente, no van a revertir procesos profundos, duraderos, estructurales que se están produciendo a escala internacional.
Hoy en la Argentina tenemos una situación complicada porque tenemos un Gobierno nacional que no solo se ha desembarazado de sus responsabilidades vinculadas al desarrollo, sino que niega que haya problemas de desigualdad de género. El Gobierno nacional niega que haya un proceso de cambio climático; el Gobierno nacional niega la importancia de toda forma asociativa y productiva que no sea la empresa privada bajo su forma más tradicional; el Gobierno nacional niega la desigualdad prácticamente en todas sus formas; pero, sobre todo, priva al Estado de capacidades y, además, de la responsabilidad de intervenir para evitar que la desigualdad se profundice.
Entonces, ¿cuál sería hoy mi aporte a los desafíos que en la Argentina son mayores? Porque buena parte de estas políticas hoy quedan exclusivamente en los gobiernos locales que las queremos sostener, y que están más allá de nuestro alcance y más allá de nuestras fuerzas, sobre todo cuando el Gobierno nacional, no solo que lo ignora, sino que va en dirección contraria. ¿Qué es lo que planteo yo? Que la agenda de lo local, hoy, para la provincia de Buenos Aires y para la República Argentina, es de enorme importancia. Y que nosotros, desde un gobierno local, desde un gobierno provincial estamos haciendo el intento, estamos haciendo la experiencia y el experimento de abordar cuestiones tan complejas y tan grandes como la integración latinoamericana desde el gobierno bonaerense.
¿Por qué? Porque hemos sufrido una deserción absoluta del Gobierno nacional. O sea que sería un paso más en este proceso de pérdida de relevancia de los Estados nación, ya por abandono directamente. En esa situación vengo a decir que la Provincia de Buenos Aires saluda, agradece esta invitación y va a participar de cuanto foro y de cuanta reunión y de cuanto proceso de articulación exista, para que la República Argentina no pierda por lo menos el anhelo de tener un desarrollo inclusivo como el que nos han ordenado a nosotros a través de las elecciones.
Muchísimas gracias.