Lo dijo Mariela Correa en el juicio de lesa humanidad donde, al igual que otros 9 juicios de lesa humanidad, Derechos Humanos de la Provincia es querellante.
Se juzgan delitos de lesa humanidad perpetrados por tres represores contra 15 víctimas durante la última dictadura cívico militar, y lo lleva cabo el Tribunal Oral Federal N°1 de San Martín, a cargo del juez Daniel Omar Gutiérrez y de las juezas María Claudia Morgese y Silvina Mayorga
Este juicio que comenzó en octubre del 2024 con el tramo 17° de la Megacausa que investiga los crímenes cometidos en Campo de Mayo - Área 400 y los cargos que se le imputan a los dos militares retirados Pacífico Luis Britos, Horacio Rafael Sánchez y al ex comisario Carlos Daniel Caimi, son por secuestros, torturas, homicidios y abuso sexual perpetrados sobre personas dentro del territorio que funcionó como la Zona 4 de Defensa, que tuvo como cabeza táctica y estratégica a la guarnición militar de Campo de Mayo.
***
En esta audiencia 8 del martes 25 de febrero llevada a cabo de modo virtual prestaron testimonio Leonardo Cevasco, David Álvaro Correa, Mariela Correa, Griselda Alicia Barrera y por último, Enrique Hugo Correa.
Roberto era parte de los trabajadores de grupo empresarial Techint que se organizaban y luchaban por defender la industria nacional y mejorar las condiciones laborales de los trabajadores.
El primer testimonio fue el de Leonardo Cevasco, quien tenía tres meses cuando su padre Roberto Eduardo Cevasco, trabajador de Dalmine-Siderca que fue secuestrado y desaparecido el 18 de noviembre de 1976 en Campana. Ese día estaba con su madre, Esther Ana Silva y dijo que solo sabía que habían entrado “dos hombres a su casa, donde ahora funcionaba un comercio, y se lo habían llevado”, expresó; y agregó que nunca había querido indagar mucho sobre lo ocurrido para no incomodarla o “hacerla sentir mal” a su madre.
***
En segundo lugar fue para David Álvaro Correa, hijo de Ana María Barrera, militante del PRT-ERP que fue secuestrada el 11 de septiembre de 1976 en la casa donde vivía en Campana junto a su esposo y sus dos hijos Mariela de 11 meses y David que en ese entonces tenía 8 años.
“Esa noche un grupo número de personas, en la oscuridad, a la madrugada, entraron a los gritos, armados, abriendo las puertas. La casa donde vivíamos las puertas estaban siempre abiertas, no había llaves. Era una casa muy humilde, donde vivía mi abuela”, relató David.
Y agregó, que según lo que le contaron los vecinos, “golpean a mi padre, lo tiran al suelo, buscaban a mi madre. Y cuando se la estaban llevando, mi padre sugiere que se llevan los medicamentos que necesitaba, y ellos le dicen que no los va a necesitar”, dijo my conmovido.
Y luego describió los trámites de habeas corpus y los lugares por las distintas ciudades cercanas que recorrió su abuela buscando a su madre, desde Campana y Zárate hasta San Nicolás.
***
Luego testimonió la hermana de David, Mariela Correa, y comenzó describiendo cómo era su mamá, reconstruido a partir de los relatos de su entorno.
“Hasta más allá de mi infancia yo la esperé, porque era lo que nos decían que esperamos. Y durante los días de madre, yo preparaba regalos como lo hacían todos los niños por si alguna vez volvía. Y siempre me sentaba en la vereda del barrio donde vivíamos y la esperaba a ver si volvía. Yo crecí creciendo que iba a regresar. Hasta que más de grande, y parando la oreja, en conversaciones de los grandes, escuché la palabra desaparecido. Una de mis tías, le dice a otra familia que nos estaba presentando, no, ella es hija de mi hermana, la que está desaparecida”, recordó Mariela.
Y agregó que de grande fue entendiendo su situación y lo que había acontecido ese 11 de septiembre de 1976, y describió cómo era su casa y los familiares que vivían en el lugar, “que podrían haber prestado un valioso testimonio pero ya fallecieron”, expresó.
“El silencio es algo que ha marcado muchísimo la vida posterior a una desaparición, muchísimo y cuesta, cuesta un montón…podría enumerar un montón de situaciones terribles que he vivido en mi vida, desde mi corta infancia, y que probablemente si hubiera estado Ana no hubieran ocurrido”, dijo conmovida Mariela. Y leyó una poesía escrita por una amiga suya, Nancy Leguizamón.
¿Cuánta sangre se necesita para nacer? ¿Cuánta alegría derramar? ¿No es que todas las manos tienen sed y hambre de Justicia, como las mías, como las aves? Una mano de mujer sostuvo siempre al mundo entre el nacer y la nada, lo fue emparejando, lo fue armando, artesana. Es surgente saber, ya no hay tiempo, ¿Dónde están? ¿Dónde se lo llevaron? Son miles, 30 miles. Somos sus manos, la creación, la mañana, todos somos Ana. Los que juntamos nuestras plegarias de cuadernos blancos recién llenados y los transformamos en furia organizada. Somos miles las manos sosteniendo a las que vuelven, a los que vienen llegando. Seguimos buscando a los que faltan. Esta mañana en que hemos salido al mundo y otra vez llueven migajas, que nos nazcan la tierra sana, el agua liberada, mis tus sueños, como los de Ana. A juntar el grito que enarbole todas las manos, los mundos, las palabras ¡Que la memoria sea, que la memoria arda! Para Ana María Barrera
***
Finalmente, testimoniaron Griselda Alicia Barrera, hermana de Ana María Barrera, hijas de Margarita Martínez, y Enrique Hugo Correa, pareja de Ana, y reafirmaron lo expresado por David y Mariela.
Y ante la pregunta de si recordaba otros secuestros en el barrio como el de su hermana, dijo: “Sí, sí, pero muchos, muchos. Porque yo particularmente iba todos los santos días a la casa de mi madre, para estar con ella, para contenerla, y cada secuestro que nos enterábamos yo le decía a mi madre, que le decíamos tota, yo le decía: tota, es un pozo, esto que cae la gente y no entendíamos por qué. Me acuerdo que nos quedó marcado que todos los días, todos, no era que pasaban cada diez días. No, todos los santos días de Dios, a la gente la llevaban, la secuestraban”.
“Me gustaría comentar ¿qué significa Ana María para mí. Nos conocimos de adolescente, y se veía en ella a una muchacha creativa, hermosa, era una flor morena que se desplazaba en esa calle de barrio, calle de tierra, siempre con la mano extendida para ayudar a alguien, ya sea un gurí, ya sea algún mayor o un familiar con problemas. Nos conocimos, nos enamoramos, nos casamos y tuvimos hijos. Ella siempre anduvo ayudando a la gente, siempre ayudando al que necesitaba y podía darle una mano, se la daba. Y le gustaba leer, le gustaba leer, leía mucho, leía de historia, le gustaba la canción, le gustaba hablar”, expresó Enrique recordando a su compañera.
Y recordó muy conmovido que cuando se la llevaban secuestrada, se dio vuelta y le dijo: “Negro cuida los chicos”
La próxima audiencia quedó fijada para el martes 11 de marzo a las 9.30 hs.